Este inquieto estudioso nos comparte algunos referentes sobre el argumento del desarme para proteger a la ciudadanía
Por: Sergio Antonio Grullón Mejía
El rechazo de Pedro Bonó y Mejía a la solicitud de Gregorio Luperón de ingresar a la arena política permitió el ascenso del ídolo de Trujillo, el napoleónico Lilís, elegido dedocráticamente por Luperón. La corrupción gubernamental de los años siguientes endeudó al país a tal punto de provocar la llegada de botas a cobrar la deuda entre 1916 y 1924, período durante el cual se implementó una efectiva estrategia de contra-insurgencia que incluyó *el desarme de la población*.
Esta medida facilitó la permanencia por tres décadas de la tiranía de Trujillo, quien suprimió las libertades de expresión, asociación y prensa.
En 2024, Venezuela nos recuerda cómo las medidas de desarme pueden ser un instrumento efectivo para el control político. Sin embargo, en la República Dominicana, protegida por Tatica y confiados en “una encuesta”, se considera que ese problema es extranjero. Por ello, el Artículo #1 de la Ley No. 631-16, promulgada en 2016, establece como objeto: “…promover el desarme paulatino de la población…”.
Para muchos es mejor así, prefiriendo “discutir como los taiwaneses, con las manos atrás”. ¡Unjú! Este argumento podría ser válido si, en lo que el hacha va y viene, se pudiera negociar con los carteles o gremios empresariales, como los de transporte, para darnos una sensación de “paz”.
Desarme y contrabando
Nuestro país está en “la ruta del Sol” de Pedro Mir, una realidad bien conocida históricamente por los contrabandistas. Miles de armas en las calles deberían haber contribuido a la reducción del déficit fiscal mediante el pago de impuestos en la Dirección General de Aduanas. Sin embargo, en 2023, el gobierno apenas recolectó unos USD 5 millones por la renovación de permisos; ¿alguien sabe cuánto recaudó por concepto de importación?
Los métodos de contrabando, los modelos de las armas y el calibre de las municiones son conocidos hasta por los chinos de Bonao. Mientras esto no se controle, seguirán personajes como Caifás, el Bacá y la Calavera, protagonistas de la novela de Edwin Disla, “controlando con éxito el mercado de drogas, el de los alquileres de las celdas más cómodas, el del tráfico de prostitutas y el del cobro de comisiones por proteger tanto a los detenidos indefensos como a los pequeños comercios”.