A propósito del denominado Día de la Raza, este exquisito poeta popular nos comparte una espinela para pensar
Por Fello Estévez
Cuentan que una expedición
salió de allende los mares,
y llegó por estos lares,
guiada por un tal Colón.
Se trataba, a la sazón,
del afán expansionista,
o más bien mercantilista,
de un reinado en decadencia,
que buscó tener vigencia
con una nueva conquista.
Tres carabelas de muerte
se posaron en la orilla,
y a nuestra gente sencilla
les trajeron mala suerte.
Vino la ley del más fuerte
a imponerse en este suelo,
prometiéndonos el cielo
en medio de sus engaños,
y fueron tantos los daños
que nos truncaron el vuelo.
Esos crueles mercenarios
que llegaron en octubre
dejaron vacía la ubre
y sin miel a los apiarios.
Los pueblos originarios
hoy están en extinción,
pues sufren la maldición
del desembarco dañino,
guiado por aquel marino
que era rey de la ambición.
No sé por qué celebrar
ese tal descubrimiento,
que con dolor y tormento
nos trajo en otoño el mar.
Fue como eclipse lunar
que trajo, en esa ocasión,
gran maltrato y represión
con gente muy despiadada,
y la excusa descarada
de imponer su religión.
Le queda muy bien al día
si lo llaman «de la raza»,
pues pasaron «tabla rasa»
acabando lo que había.
Fue tan grande la herejía
y tanta la aberración
cometida en la invasión,
que, recordando la historia,
en una acción meritoria
la Iglesia pidió perdón.
Llegó como el vendaval
que no fue pronosticado,
mas nos dejó por legado
la gran mezcla cultural.
Los emisarios del mal
fallaron en su objetivo,
pues el cruce del nativo,
el negro y el español,
hoy brilla como un farol
que mantiene el sueño vivo.
