La guerra de Rusia-Ucrania y sus implicaciones geopolíticas

Redacción: Por la Línea

Nos esperan tiempos convulsos y se hace necesario ver más allá de los intereses de los más fuertes, el mundo tiene desafíos que requieren el concurso de la humanidad en su conjunto.

Por Iván Ernesto Gatón

Las implicaciones geopolíticas de la guerra Rusia-Ucrania están íntimamente vinculadas al retorno del mundo hobbesiano (Thomas Hobbes – 1588-1679) que caracteriza nítidamente la geopolítica como la manifestación darwinista (Charles Darwin 1809-1882) del Estado con respecto al medio, como expresó Rudolf Kellen: “La ciencia del Estado, en tanto que organismo geográfico, tal como se manifiesta en el espacio”. Ese Estado, organismo viviente, tiene como principal objetivo entender, explicar y predecir el comportamiento político internacional a través de las variables geográficas que permiten tomar en consideración los elementos imprescindibles que como “organismo viviente” necesita para existir.

Karl Haushofer, geopolitólogo alemán, presentaba la geopolítica como la base científica del arte de actuación política en la lucha a vida o muerte de los organismos estatales por espacio vital. El espacio vital, desde la perspectiva geopolítica, se presenta como elemento imprescindible para la subsistencia y seguridad de un pueblo. Ucrania se encuentra en la zona de Eurasia, es el eslabón que une a Rusia con Europa. Si vemos la geopolítica desde una perspectiva del geógrafo Halford Mackinder, este planteó que la potencia que domine el mundo sería la que controle el heartland o región cardial, que se encuentra ubicada en esta zona.

A Ucrania la podemos colocar en el espectro en el que inciden otras teorías geopolíticas como  la teoría talasocrática del poder de Alfred Mahan, quien plantea el dominio de los océanos (y pasos internacionales marítimos) como instrumento de control mundial; así como, también, la de otro estadounidense, Nicholas Spykman, quien planteaba la teoría del rimland, una especie de anillo territorial que incluye las costas, islas e ismos situados en los contornos de la isla mundial de Mackinder, la gran masa terrestre euroasiática de la cual este establecía que dependía el destino del mundo.

Para ir a lo obvio, la transición geopolítica que está sufriendo el planeta, un mundo que entra al espacio multipolar del siglo XXI, en que se debatirá en términos orientales y occidentales, Ucrania es un eslabón fundamental para la Federación Rusa, que le permite salir al mar Negro y mayor incidencia en Europa. Rusia sin Ucrania es menos europea y más asiática como llegó a establecer el asesor de seguridad del presidente Jimmy Carter, Zbiniew Brzezinski, también autor de El Gran Tablero Mundial, obra imprescindible para comprender la geopolítica contemporánea.

Desde la perspectiva geopolitica,  Andréi Kozyrev, quien fuese el primer ministro de exteriores de la Rusia postimperial, un mes después de la disolución de la URSS, sostuvo que “al abandonar el mesianismo, pusimos rumbo hacia el pragmatismo, entendimos pronto que la geopolítica está reemplazando a la ideología”. La élite rusa, como vemos en las declaraciones de Kozyrev y en las acciones de Putin, procede de un pensamiento vinculado al determinismo geográfico, dada la extensa presencia geográfica euroasiática de este enorme país y que ha predispuesto a su élite política a pensar en términos geopolíticos.

George Friedman, quien preside la compañía Stratfor, considerada la principal empresa privada de predicciones geoestratégicas y calificada en su país como la CIA en la sombra, en su libro: La próxima década: los líderes y potencias que determinaràn el mundo que viene, establece que “Rusia no es una amenaza para la posición de los Estados Unidos en el mundo, pero la mera posibilidad de que colabore con la Unión Europea y en particular con Alemania constituye la amenaza más importante del decenio y, además, reviste tal importancia que hay que cortarla de raíz. Ya no estamos en la Guerra Fría de nuestros padres, Estados Unidos y Rusia podrían colaborar en Asia central o incluso en el Cáucaso, mientras se enfrentan en Polonia y los Cárpatos”.

Esa nueva reconfiguración geopolítica, en la que se deja de lado la visión idealista de las relaciones internacionales, nos muestra un mundo en el cual Rusia y China serán fundamentales para entender este mundo postoccidental y en el que estos tienen una visión más profunda y arraigada con su historia que aquella que nos ofrecen las redes sociales y los medios de comunicación del eje transatlántico, que hegemonizó por más de 500 años.

Este es un mundo de redes sociales, fake news, batallas por el relato, en el que se olvidan las lecciones supremas de la historia y una de fundamental importancia es la de venerar la verdad, es innegable que se evidencia  el homo bellicus que ha usado la violencia para imponer sus intereses particulares en base al derramamiento de sangre y la destrucción ciega, que  la absurda guerra en Ucrania es el retorno a ese gran tablero de la geopolítica de los imperios, donde Ucrania es víctima de los juegos de las potencias que la sacrifican en el altar de sus intereses nacionales, para ver quien obtiene mayores beneficios de su riqueza y especial ubicación geográfica.

Tucídides, en La guerra del Peloponeso (s. V antes de Cristo), obra clásica en la que nos presentaba la definición de la naturaleza humana movida por el miedo (phobos), el interés propio (kerdos) y el honor (doxa), nos legó ese realismo en las relaciones humanas que luego se traslada a los estados, que se mueven también con esas fuerzas elementales.

Lo expresado en estas reflexiones nos permite ver que las implicaciones geopolíticas de la guerra en Ucrania tienen su máxima expresión en lo que externara el presidente estadounidense Joe Biden: “Va a haber un nuevo orden mundial y tenemos que liderarlo. Y tenemos que unir al resto del mundo libre para hacerlo”.

Nos esperan tiempos convulsos y se hace necesario ver más allá de los intereses de los más fuertes, el mundo tiene desafíos que requieren el concurso de la humanidad en su conjunto, haciendo prevalecer el interés de la familia humana, un nuevo orden postwestfaliano (paz de Westfalia 1648) es obligatorio para que no sucumbamos ante el darwinismo que justifica la eliminación del más débil.

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